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Llevo varios años tratando de aprender a predecir el futuro. De vez en cuando y generalmente en quincena, retiro algunos billetes al salir del trabajo y tomo el primer camión que me lleva a la tienda de magia. No necesito mucho tiempo, salgo con bolsas llenas de runas, monedas orientales y cuarzos de baja calidad. Son compras desesperadas.

Estos establecimientos por lo general son chicos y tienen dependientes irritados. Normalmente te acechan mientras revisas los pocos artículos que tienen, al menor tropiezo puedes romper una bola de cristal de precio inflado o tirar una pila de libros escritos en los años ochenta. Me gustan las tiendas de magia pero preferiría no visitar una el resto de mi vida, son un poco peligrosas.

He invertido una considerable suma de dinero en estas necedades. Las últimas compras fueron un péndulo y un libro de tarot. A fuerza de coleccionar fetiches me he dado fama de esotérico, los que menos me aprecian me han de ver como un charlatán, pero trato de pensar que si no encuentran la verdad en mis predicciones, al menos pueden tener la confianza de que casi nunca las hago consciente de lo que puedan significar.

Siempre que empiezo una lectura pienso que ojalá algún día pueda regalar la certidumbre de un nuevo trabajo, un viaje inolvidable o una vida tranquila, sin embargo le dedico muy poco tiempo al estudio. Hasta ahora sólo cuento con elementos suficientes para interpretar mi horóscopo y advertirme de obviedades encerrado en mi habitación.

Podría echarle la culpa a la falta de tiempo, pero a veces siento que de plano no lo tengo, no tengo ese don, ni a fuerza de dedicarle todos mis ingresos haré que la baraja me arroje el futuro, al menos para mí, de grandes promesas que otros tienen sin necesidad de recurrir.

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