.

En la ciudad capital parece que todos maduran, se visten de negro y aprenden. Se les cae el pelo pero les queda muy bien. Parece difícil pagar un piso decente, aunque los que conozco casi siempre son de madera.

En mis fantasías más recurrentes estoy allá, no tengo muebles pero si una vista hermosa, no tengo novio pero si un trabajo interesante y parece que las cosas no tardan en mejorar. De seguro en el metro paso por otro anónimo, pero llego a casa y todos me conocen, visito tal lugar y los amigos se concentran, en las esquinas, en los patios aislados, en los rincones oscuros.

Tal vez nunca llegue a la ciudad capital, creo que no tengo los huevos. No puedo entregarme, por ejemplo, a las jornadas de una cafetería, un periódico, una librería, ni siquiera a una tienda de ropa. Conozco gente que no le falta el entusiasmo, o el talento o quizá sólo la determinación. Me muero de la envidia.

Podría retirarme de la pretensión, acudir a otros proyectos. Ni mi porte, ni mi cara le van al estrellato. Sin embargo, la ilusión me sostiene, me imagino todo esto espantando moscas de la tarde y siento que me contagia, me persigue y humedece, la vida de alguien muy pero muy feliz.

1 comentario: