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Cuando era niño y me enseñaron a escribir no recibí suficiente disciplina: tengo una mala postura de la mano y mancho el papel con la tinta fresca. He tratado de corregirlo pero me concentro en la forma y dejo de lado lo que estaba pensando o luego no entiendo lo que escribo.

A mi madre le preocupaba mucho la caligrafía, era un detalle que apreciaba. Una persona con buena caligrafía generalmente es sensible y ordenada.

Recuerdo una chica fea, desajustada, rubia y sin gracia, demasiado narizona. Tenía la letra más bella que he visto. Mi madre no se cansaba de decir que sus tareas eran casi dibujos y yo pensaba dos cosas: 
  • Por un lado creía que era una lenta. Yo no podía escribir con tanta paciencia, los litros de palabras me zumbaban detrás de la frente y tenía que contenerlos y dosificarlos como si se tratara de una presa.
  • De seguro no se veía mucho al espejo, porque no estaba tan guapa para sostener una caligrafía de princesa.
Los muchachos del colegio tenían letra fea si eran feos, pero tampoco eran los guapos los que tenían un trazo respetable. Se salvaban pocos, pero yo siento empatía por la gente descuidada.

De todas las personas con letra fea, mis favoritas eran las niñas que no estaban bien peinadas, que no llevaban la falda planchada y usaban suéter a pesar de que el clima no lo recomiende. Esas siempre eran mis amigas y juntos compartíamos la incomodidad de nuestros cuerpos.

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